martes, 31 de marzo de 2009

Episodio 16: Sevilla (II): ¡Soy un campeón!

Hola, querid@s amantes de la aventura:
Grabad este momento en vuestros monitores, porque no me veréis hablar bien de mí mismo muchas veces. Cuestión de principios, o de estupidez, lo que prefiráis. El caso es que la segunda parte de esta serie de reportajes sobre mi puente sevillano me lleva a decir que estoy francamente orgulloso de la hazaña que conseguí realizar el viernes por la mañana, después de mi ya de por sí sustancioso paseo por las orillas del Guadalquivir desde la Torre del oro a la Catedral: subí a la Giralda. Sí, sí, yo solito. No pensaba hacerlo, como no lo había hecho en la Torre del oro, pero me dijeron eso de "no hay escaleras, son todo rampas". Y en mi cerebro sucedió uno de esos momentos en que se me nubla la vista y no me lo pienso dos veces: allá que te va el nene Giralda arriba. Al principio bien. Subía sobre las alas de mi felicidad, ¡qué gusto, por qué no serán así todos los edificios! Al llegar a la rampa 14 bajaba una pareja comentando alegremente: "pues sí, son 35 rampas...". El cielo estaba raso, pero juraría que oí un trueno.
Soy una persona un pelín orgullosa, pero orgullosa en el mal sentido de la palabra. La soberbia suele costarme disgustos, pero en esta ocasión fue la que me dio la patada en el culo que me llevó a pensar que si ya había subido catorce, qué más daba otras veintiuna... Así que nada, tacita a tacita fui subiendo, parando para mirar por las ventanas o las piezas de campanas y otros elementos que se van mostrando por el camino. Los turistas que subían me iban dando ánimos, y yo les sonreía educadamente... Las últimas rampas son algo más empinadas, aunque puede ser una percepción subjetiva... Cuando llegué a la 30 ya ni siquiera sentía los riñones cargados. Perdón, cuando llegué a la 30 ya ni siquiera sentía los riñones. Y por fin llegué a la rampa número 35 de la Giralda de Sevilla. ¿Y sabéis una cosa? Sí hay escalones. Dieciséis, y grandecitos. Pero ya se veía el cielo, así que ya me daba lo mismo. Llegué arriba y al ver la ciudad desde lo alto recordé cuando subí a la Torre Eiffel (no, esto no fue andando). Por ponerme poético y añadirle épica a mi historia diré que las campanas me recibieron con júbilo, pero en realidad es que eran las dos en punto, y sonaron porque tenían que sonar. Y sonaron fuerte, por cierto.
Bien, después de hacer unas cuantas afotos, con el permiso de los turistas que copaban los escalones de subida a los miradores (que tampoco eran bajos, precisamente), emprendí el camino de bajada pensando qué iba a zampar, tan contento de la paliza que me había dado para conquistar Sevilla desde arriba. Tardé mucho menos en bajar que en subir, ya se sabe que el camino hacia abajo siempre es más rápido que hacia arriba, y me zampé un salmorejo con jamón y unas gambas que ole. Por la tarde estaba derrengao (me encanta la palabra derrengao), así que me metí en el cine a ver Watchmen. Pero eso ya es para otro boletín.
¡Un sudoroso saludo!


P.D.: por si hay algún incrédulo, aquí están las pruebas:
Sevilla desde la rampa 20 (o así)

Sevilla desde lo alto de la Giralda.

Cabe ver la noche, el sol y tierra extraña;
con la firme persistencia como pies.
Contra la luz pegajosa y aledaña,
el viajero conociendo la ciudad.
De su vía ha extraido la arrogancia,
desde luego su camino es poseer;
en su ruta no hay inercia e ignorancia,
el viajero asimilando la ciudad.

El viajero. Seguridad social.

1 comentario:

  1. Lamentablemente soy de Costa Rica, por lo que no conozco, pero debió ser un gran esfuerzo... jeje...

    Me imagino al mejor estilo de Rocky... cuando ibas subiendo escalones...

    Saludos

    http://dolordemuelas.ticoblogger.com
    http://eljuiciodeares.ticoblogger.com

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