jueves, 28 de enero de 2010

Episodio 54: (Des)mitificando

Hola, personajes:
Después de ver la nueva versión de Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009), que podría ser una novela de Conan Doyle protagonizada por Terence Hill y Bud Spencer, la primera reflexión que me vino a la cabeza es, cómo en los últimos, digamos, treinta años, escritores y cineastas se han dedicado a buscarles las cosquillas a seres que se habían convertido en mitos dentro de la psicología colectiva. Me explico: en los últimos siglos, la literatura nos ha puesto en bandeja innombrables héroes, reales e inventados, cuyas historias pasaron primero de padres e hijos para después convertirse en libro y más tarde en película, siempre reproduciendo con fidelidad sus hazañas y su intachable catadura moral. Hasta que, en la segunda mitad del siglo XX, supongo que por sucesos como la II Guerra Mundial, el Muro de Berlín, Vietnam, etc., la sociedad en general perdió en cierta forma el interés por ese halo de perfección y se les han buscado las vueltas, humanizándolos hasta el extremo. Y esa humanización les ha dotado de nueva vigencia y los ha hecho cercanos, sí, pero también les ha quitado la gracia.
Ejemplos: los viejos cuentos infantiles. Versiones de Caperucita en las que el leñador ya no mata al lobo, porque éste ni siquiera se ha comido a la abuelita, muestra de la corrección político-social que nos inunda; o versiones más ilustres del mismo cuento, como Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite, y Cuentos en verso para niños perversos, de Roald Dahl. Ni los modernos superhéroes de comic se libran de pasar por el gabinete del psiquiatra para convertirse en personas acomplejadas, temerosas, con múltiples personalidades y todo tipo de dudas morales, como se ve en cualquiera de las películas basadas en el universo Marvel de los últimos diez años. En el cine, se nos ha presentado al Rey Arturo como una suerte de general romano y a Ginebra como una especie de amazona salvaje, mientras que Ridley Scott y Russell Crowe preparan un Robin Hood seguramente menos bucólico y alegre que los de Errol Flynn y Kevin Costner, o, por obra y gracia (mucha) de Shrek, veíamos a Blancanieves y Cenicienta como dos niñas pijas que saben artes marciales. Incluso arquetipos míticos modernos como James Bond o Indiana Jones se han transformado últimamente en un brutote vengador y en un marido y padre de familia, respectivamente.
Y mientras, una y otra vez, se rehacen los viejos mitos, que, sea como fuere, tienen la pervivencia segura, me pregunto si en la actualidad no estamos algo carentes de mitos modernos que legar a las futuras generaciones (suponiendo que las haya), ocupados como estamos en crisis económicas, guerras fratricidas y la destrucción paulatina del suelo que pisamos. El auge del videojuego y la ficción televisiva nos traen nuevos héroes, sucios y con las manos ensangrentadas, en su mayoría, alejados ya de la pátina de esplendor que tienen los mitos clásicos. Es cierto que ningún artista que se precie crearía un personaje con el objetivo último de que este se convierta en un recuerdo inmortal, pero la inmediatez y voracidad del mundo posmoderno tampoco facilita que un nuevo héroe o heroína se pose en la memoria más de lo que tarda en aparecer el siguiente. ¿Se hablará dentro de cien años de Naruto, de Snake Solid, de Benjamin Linus o de Lisbeth Salander? No lo vamos a poder comprobar, pero supongo que algo quedará...
¡A vivir, que son dos días!
Son los tiempos modernos que nos toca vivir
Se aplazó el sueño eterno, es mejor no reír
Se hacen ferias de muestras de la modernidad
A los cuentos de niños se les cambia el final.
La Mode. Tiempos modernos.

jueves, 14 de enero de 2010

Episodio 53: Querido monstruo

Hola, criaturas:
De los presentes, el que más y el que menos ha sido niño, ¿verdad? Y, como a casi todos los niños, habrá habido algún monstruo que nos haya perturbado el sueño, generalmente procedente de algún cuento malintencionado ideado por los adultos y su perverso mundo para que los niños se comporten, o de alguna película vista a deshora y a destiempo.
Con el tiempo, el hombre del saco y el monstruo del armario desaparecen y son oportunamente cambiados por otros seres malignos que en nuestra imaginación existen sólo para amargarnos a nosotros, como los impuestos, el jefe o la ex. Y es en ese momento cuando necesitamos otros monstruos que nos vuelvan a acercar a nuestra infancia, que ahora sabemos inexistentes e inofensivos.
Así que nos vamos al cine a buscarlos. Y los monstruos que nos econtramos, creados por y para adultos, nos asustan lo justo, porque a estas alturas tenemos todos el culo pelao de sustos más gordos, pero, y ahí está lo realmente terrorífico de ellos, si rascamos la superficie, podemos vernos reflejados, como individuos y como grupo.
Recientemente se ha estrenado Donde viven los monstruos (Where the wild things are, Spike Jonze, 2009), película en la que un niño castigado por su madre, resuelve su frustración refugiándose en un mundo habitado por seres de aspecto grotesco que, sin embargo, en lugar de comérselo, como sería propio de su condición, le nombran rey.
En El bosque (The village, M. Night Shyamalan, 2004), los monstruos que aterrorizan a los habitantes de un pueblo son producto del miedo de sus habitantes a afrontar un mundo para el que temen no estar preparados. En un caso de necesidad extrema, será, paradójicamente, una joven ciega la única que reuna el valor para desafiar a los monstruos y a lo prohibido por una sociedad pacata y autodestructiva.
Por no extenderme más, pondré un último ejemplo: The host (Gwoemul, Joon Ho-Bong, 2006), película coreana en la que un hombre fracasado, perezoso y desapegado de su familia supera sus limitaciones y recupera sus lazos para salvar a su hija.
No hablaré de otros monstruos como Shrek o Monstruos S.A., por estar creados para un público menos adulto, y porque lo interesante de verdad es cómo, para espantar a nuestros propios ogros (incomunicación, miedo, frustración, soledad, desarraigo) echamos mano de bichos de todas las formas y tamaños que no hacen sino ocultar que, en realidad, el monstruo somos nosotros.
¡Sed buen@s!
Buenas noches, señor monstruo,
no me mire por favor.
Buenas noches, señor monstruo,
que me da mucho pavor.
Buenas noches, señor monstruo. Regaliz.