domingo, 22 de febrero de 2009

Episodio 5: Buargh!!!!

Muy buenas, estimad@s clientes:
Supongo que, a estas alturas, casi tod@s habréis visto en la tele ese edificante anuncio en el que un caballero tiene un repentino "ataque de indigestión" al ver su desorbitada factura de móvil. Pues el spot tiene ahora su correspondencia en internet, como no podía ser menos, en forma de banner en el que podemos contemplar en primer plano el "producto interior bruto" del protagonista sobre la hinchada (y sucia) factura. Un asco, vamos.

Lo poco que he estudiado y practicado sobre creatividad me induce a pensar que la mejor definición de ésta no es más que "lo que a uno se le ocurre después de pasar mucho tiempo pensando a ver qué se le ocurre". Y, como en casi todo, también hay modas. Si al principio la publicidad reproducía el modelo antiguo de sociedad con la mujer en la cocina y el hombre llevando el pan a casa, después se convirtió en el modelo idílico de familia superfeliz de la muerte, y más tarde vinieron los anuncios bonitos. Baste recordar los de la bebida refrescante que todos conocemos o los primeros de aquella compañía de teléfonos que antes era verde y ahora es naranja, pura poesía en movimiento. También hubo una oleada de publicidad que apelaba al sentido del humor del potencial consumidor, y otra de tías buenas (¿llegaría la maciza aquella a encontrar a "Jacques"? ¿Quién era "Jacques" y por qué tenía tanta suerte, el puñetero?).
Los anuncios han llegado a crear éxitos en las listas musicales, hasta el punto de sacar discos con canciones publicitarias y de que a los espectadores nos dieran ganas de hacer zapping inverso: cambiar los programas más aburridos y esperpénticos por anuncios buenos, graciosos, chispeantes. Algunos han hecho famosos a mayordomos, a señores calvos y a niños repelentes adictos a llamar por teléfono. Incluso a un perro sin escrúpulos. Hemos llegado a ver centollos gigantes anunciando refrescos y a Richard Clayderman en su piano sin control (y una maratón).

Últimamente la moda parece consistir en impresionar al público, sea como sea, lo que da pie a cosas raras y, a veces, simplemente horripilantes. Da lo mismo un coro multitudinario cantando a capella que un tipo echando la pota o uno que tiene espasmos semiorgásmicos al comprobar lo barato que le ha salido a su vecino el frigorífico. Y también hay filtraciones misteriosas: ahora mismo podemos ver dos marcas distintas, un coche y unos seguros, que usan la canción de Rocky III. Y eso que, según declaraba recientemente un creativo publicitario en un telediario, para convencer al target en medio de la crisis se buscan los mensajes positivos y el sentido del humor...

Yo particularmente me quedo con las cuñas radiofónicas, y no sólo con las míticas de Carrusel deportivo, sino con las de los mismos anunciantes que en televisión no parecen cogerle el punto a la cosa. Supongo que carecer de imagen agudiza los demás sentidos, como les ocurre a los ciegos. Gracias a estas cuñas nos enteramos de que los coches tienen junta de la trócola y que es carísimo arreglarla, que las cosas se ven de otra forma cuando uno es millonario (vaya sopresa) y de que cuando llega el frío hay que echar las cadenas al maletero.

Pero como ya digo que todo son modas, esperemos que dentro de poco vuelva una oleada de anuncios inolvidables que hagan que merezca la pena que en mitad de una buena tanda de publicidad nos pongan una película.
¡Felices compras!

Tengo gambas, tengo chopitos, tengo croquetas, tengo jamón...
Aquel anuncio de la ONCE...

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