jueves, 15 de octubre de 2009

Episodio 45: Metrópolis

Hola, habitantes:

Mi reciente y enésima visita a Madrid y el inminente estreno de la película New York, I love you me han hecho desperezar las ganas de actualizar este noticiario y recuperar la idea de hace tiempo de escribir algo sobre las ciudades grandes. O mejor, sobre las grandes ciudades. Creo que vivir en una ciudad pequeña tiene estas cosas. A veces a uno le apetece salir pero no sabe a dónde ir, porque ya se la conoce de pe a pa y porque todo el mundo va a los mismos lugares. Así que a veces uno se aburre, la verdad, y las típicas contraprestaciones que se supone ofrece un lugar recogido, a saber, está todo a mano, hay mucha tranquilidad, el trato es familiar... no son suficientes. Sí, el sitio es tranquilo, pero todo el mundo saca el coche igual que si viviese en una gran urbe, hasta para ir a pasear al perro. Y sí, el trato es familiar, te conoce todo el mundo, allá donde vas hay alguien que te conoce o que conoce a alguien que te conoce, o que conoce a toda tu familia, así que pobre de ti como te pillen en un renuncio.
La gente que vive en ciudades grandes, pongamos que hablo de Madrid, suelen ofrecer la imagen de personas agobiadas a punto de ser fagocitadas por un monstruo de un millón de cabezas y ningún corazón, y en medio del tráfico y de la soledad hacinada les sube la tensión, el colesterol, la mala leche y la factura del alquiler. Mucha gente se muda a las afueras para ir todos los días a trabajar al centro, y cada vez más gente se va directamente al campo y que les den a los edificios y a todos los que los habitan. Conozco gente que se ha deprimido al cambiar su ciudad pequeña por una grande, y conozco de sobra la imagen que desde medios literarios o cinematográficos se da muchas veces de las grandes urbes, ratoneras habitadas por pequeños seres asustados que sólo tienen su propia rutina triste y gris para sobrevivir.
Desde mi ingenua perspectiva urbanita (ingenua porque para mí ciudad es sinónimo de ocio y placer, y no de atascos y marrones varios), no acabo de entender tanta angustia provocada por el ladrillo y el neón. Siendo una persona que para sus vacaciones elige las ciudades en un momento en que el turismo rural alcanza su máximas cotas de apogeo, y que disfruta disuelto en los centros comerciales, en los cines, en los escaparates y en los restaurantes, tengo la impresión de que este es, como casi todos, un problema de costumbres. El destino ha decidido que no me haya tocado vivir en una de estas voraces megalópolis, así que al visitarlas me siento un poco como el ratón de campo que fue a visitar a su primo el ratón de ciudad. Los grandes núcleos urbanos siguen resultándome misteriosos, exóticos y, en resumen, atrayentes.
El caso de la capital del reino es particular, porque la verdad es que me encanta Madrid. Puede que influya que nunca he pasado más de una semana seguida, y que además cuando voy gozo de alojamiento con pensión completa por un precio realmente asequible, pero no deja de admirarme una ciudad tan compleja. Antigua y moderna, monumental y fría, pobre y rica o, cuando menos, burguesa, abierta en el suelo y en el cielo. Es cierto que la eterna luz y el circular de vehículos pueden hacer complicada la tarea de dormir, y que además uno tiene sus rarezas, como que le gusta montar en metro o caminar por calles transitadas. Igual que es cierto que en ningún otro sitio se pueden encontrar lugares como la Plaza de Cibeles, el Retiro o el Palacio Real. Dudo que a muchos de los que echan pestes de Madrid les gustase más vivir en una negra ciudad industrial del norte de Inglaterra o en una de las grandes capitales del mundo, que multiplican por dos, por cinco o por diez todo lo que les estresa y les irrita del Foro.
Algo tendrán las ciudades cuando millones de feligreses las bendicen. Si no, no las cantarían tantos, ni las odiarían tantos, ni harían miles de fotografías y películas por y para ellas. Para mí, algo es la oportunidad de andar acompañado de todos y de nadie, entre personas que vienen y que van pero que no son, como desde lejos puede parecer, seres inanimados que deambulan como zombis, sino historias en carne viva; y la oportunidad de encontrar en cada esquina lo mejor y lo peor, lo más bello junto a lo más sucio, lo cutre y lo distinguido, y, por tanto, de pensar, una vez más, qué somos, y por qué.
Nos vemos en cualquier ciudad.

Sometimes I feel
Like I dont have a partner
Sometimes I feel
Like my only friend
Is the city I live in
The city of angel
Lonely as I am
Together we cry

Red hot chili peppers. Under the bridge.

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