lunes, 26 de octubre de 2009

Episodio 46: Adiós, Joserra

Hola, oyentes y escuchantes:

Descubrí el programa de radio El larguero, que hoy celebra su vigésimo cumpleaños con un especial, hace dieciséis años, atraído por la publicidad televisiva. En ella se ofrecía un programa divertido que comentaba las noticias del mundo del deporte con amenidad y frescura. Y además, contaba con la presencia de Michael Robinson, del que me hice fan primero en sus retransmisiones con TVE del Mundial de Italia y luego en el legendario El día después de Canal+ con Nacho Lewin.

Con él, descubrí a su presentador, Jose Ramón de la Morena, un tipo campechano, orgulloso de no ser madrileño de capital, de su Brunete natal y de su Aleti, y que buscaba en las entrevistas algo más profundo que el "no ha podido ser, el fútbol es así, no hay enemigo pequeño...". Me enganché rápidamente a la naturalidad de Joserra y a la mezcla de sapiencia y cachondeo mental de sus colaboradores a lo largo de los años: Robin, Santiago Segurola, Damián González, Javier Ares, Alfonso Azuara, Tomás Guasch... y, claro, los que siempre han estado ahí, Manolo Lama, Paco González, Pacojó Delgado, Manolete Esteban, Jesús Gallego y un largo etcétera. Irse a la cama era un placer. Tras aprobar Selectividad me compré su libro Los silencios de El larguero, para celebrarlo, y lo devoré dos o tres veces entre risas y emoción con sus vivencias en el Mundial de Estados Unidos o la muerte de Luis Ocaña.
Ya por entonces arremetía sin tregua contra sus archienemigos José Mª García el butano, Clemente, Villar y Padrón... Con García era particularmente inflexible, ya que comenzó con él y le hizo una buena jugada que aquí no viene al caso, pero que sin duda debió doler hasta lo indecible. García aún era líder de audiencia, creo que en la COPE, y De la Morena arremetía contra sus intentos de quitarle a los personajes principales en los primeros minutos de programa y su forma de descalificar a aquellos que no le rendían pleitesía como periodista número uno de las ondas. Además, a menudo tocaba temas sociales relacionados con el deporte y sacaba a la luz oscuras corruptelas económico-deportivas. Era una especie de superhéroe con un micrófono en vez de mallas.
Y así, con simpatía, equipo y eficacia, se acabó convirtiendo en el rey de la noche radiofónica, cosa que jamás se cansará de agradecer con palabras emocionadas a sus oyentes. Y así también empezaron los problemas. Perfecto no hay nadie, todos tenemos manías y defectos, y todos sabíamos en aquellos momentos que algunas de las frases favoritas de Joserra, como "la objetividad no existe" o "no quiero echaros un fervorín" anunciaban irremediablemente un fervorín subjetivo que te cagas. Vamos, un discurso durante el cual uno podía hacerse una paella y comérsela tranquilamente, sabiendo lo que iba a decir y por qué.
Los años han ido pasando, y El larguero jamás ha vuelto al número dos de los audímetros. Se han ido sucediendo las temporadas y los colaboradores, y parece que nada haya cambiado. Excepto el propio Joserra. Con el éxito parece haberse ido engrandeciendo y cargándose de razón, hasta el punto de que lo que él dice se convierte en ley. No tiene inconveniente en discutirles a sus entrevistados sus propias respuestas, para lo cual no le faltará razón en ocasiones, pero que queda antiestético y francamente incómodo. Ensayó una tregua con Javier Clemente durante una temporada, que cada vez que hablaban se veía que no iba a durar, porque la tensión se podía cortar con cuchillo.
Y eso es lo peor. La incomodidad que causan algunas veces sus entrevistas y/o discursos, que ya no parecen impregnados de sinceridad humana, sino de inquina contra los mismos de siempre y otros nuevos. Un candidato a las últimas elecciones del Madrid, cuyo nombre ni recuerdo ni tengo tiempo de buscar, pero ahí está, fue linchado periodísticamente el día antes de presentar su renuncia (no digo que haya relación entre ambos hechos, que quede claro). Jose Ramón de la Morena ha acabado cayendo en lo que reprochaba a García, empeñándose, por ejemplo en denominar a Soler, antiguo dueño del Valencia F.C., como el gordito del bigote; discutiendo en directo en plena Eurocopa con su compañero Alcalá porque éste se empeñaba en defender a Luis Aragonés, al que De la Morena ya no puede ni ver, pero sigue jurando que le tiene cariño (como a Abel Resino, ex-entrenador del Atleti, a pesar de sus impenitentes críticas contra él); provocando que López Caro, ex-entrenador del Madrid, se mosquease con él por su insistencia en saber si rezaba antes de dormir. Y etc, porque el juicio sumarísimo de anoche a Jesús García Pitarch, ejecutado a cuatro manos con Alfredo Relaño, director del As (otro que tal baila), dio mucha vergüenza ajena y mucha pena, y yo no escucho la radio para eso.
Una lástima. Ahora es más relajado oír el programa los fines de semana, cuando Joseba Larrañaga se hace cargo y recuerda a aquellos programas de los 90. Así que he decidido, como medida cautelar, dejar de escuchar El larguero, con todo el dolor de mi corazón. Al menos durante un tiempo, a ver si se calman las aguas. Esta noche escucharé el especial y me despediré de Joserra, pero no de los demás, ya que no pienso dejar de esclavizarme al Carrusel deportivo de los sábados, donde las noticias deportivas aún son diferentes y donde no parece haber lugar para el rencor y la mala leche. A partir de mañana, por las noches escucharé Radioestadio, aconsejado por un amigo.
Me cambio de bando. Me cruzo de acera. Adiós, Joserra.

Ah! como hemos cambiado,
qué lejos ha quedado
aquella amistad.
Ah! ¿qué nos ha pasado?
cómo hemos olvidado
aquella amistad.

Cómo hemos cambiado. Presuntos implicados.

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