jueves, 3 de septiembre de 2009

Episodio 42: El sol del norte

Hola, compañer@s:
He estado un par de semanas pensando desde qué prisma contar mi viaje veraniego por tierras cántabras, y creo que por fin he encontrado el aspecto más destacado. Siendo bastante experto, por ineficiencia social y otras coyunturas, en el proceloso arte de viajar solito, esta vez he tenido la fortuna de tener casi todo el rato una mano amiga que, además de llevarme a aquellos lugares a los que no habría podido llegar a pata, me ha ayudado a profundizar en lo que significa viajar: no solamente ver, fotografiar y degustar, sino también conocer las historias subyacentes y los entresijos de los lugares que se visitan.

La soledad, buscada o no, se convierte en una costumbre, como tantas otras cosas, y cuando se interrumpe por otras presencias, no es siempre fácil adaptarse. La compañía es agradable, pero la falta de hábito la puede convertir en fatigosa si acompañado y acompañante no saben manejarse. Afortunadamente, en este caso, eso no sucedió, y la estancia se hizo corta, que supongo que es lo mejor que se puede decir de cualquier viaje.

Pero vamos al tema: Cantabria es verde, y sus paisajes bellísimos, no descubro nada nuevo, y también es un lugar que destila tranquilidad. No es bullicioso, ni ruidoso ni está perpetuamente iluminado por los neones. Ni siquera, doy fe, la lluvia es perpetua. Durante mis días allí disfruté de un sol que me impidió participar del velo melancólico y brumoso que, dicen, tienen los lugares cercanos a la costa cuando llueve. El sol me dio la bienvenida y la lluvia únicamente me despidió de camino al aeropuerto de regreso a casa.

Lo que sí parece constante es la brisa. Supongo que en el interior, más lejos del Cantábrico, el ambiente será distinto, pero en el litoral, la brisa le da un carácter especial al sol. El sol del norte es como las buenas compañías: alumbra, pero no asfixia; calienta, pero no achicharra; no molesta al caminar, sino que incita a seguir. Y ese es un aliciente con el que uno no siempre cuenta al iniciar el camino hacia un lugar no conocido, y que, por esa misma razón, se agradece.

Y, tal y como os prometí antes de irme, os dejo aquí una foto que resume un poco la odisea por el infinito cántabro: el sol, la brisa, la soledad, la compañía, y el mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje su mensaje después de la señal: