miércoles, 5 de mayo de 2010

Episodio 62: Coge el teléfono

Saludos, amantes de las emociones extremas:
Un día está uno inmerso en su rutina diaria cuando suena el teléfono: "Oye, que tengo un par de entradas para ver al Estu, ¿te animas?". Y tanto que me animo. Mochila. Pa Madrí. Tal cual, sin más estruendos ni más nada. La rutina diaria se ha roto de repente, y el mundo no se va a hundir por ello.
A veces nos cuesta mucho vencernos y convencernos a nosotros mismos de que podemos cambiar nuestros hábitos, de que, por el hecho de que no lo tengamos planeado de antemano, no podemos hacer algo. Y de repente sucede algo que nos derriba el castillo en el que solemos refugiarnos del mundo, y fruncimos el ceño, nos rascamos la nuca y resoplamos. Nos quedamos mirando al infinito unos instantes pensando qué hacer, oxidados por la costumbre, hasta que, por fin, nos encogemos de hombros y decimos "pues venga". No estoy hablando ahora de los grandes cambios que suceden en nuestra vida y la cambian para siempre, sino de esas pequeños movimientos de las circunstancias, que insisten en no tenernos en cuenta a la hora de suceder.
Viviendo en España, el país de las improvisaciones por excelencia, parece que estas situaciones prácticamente carecen de importancia, y sin embargo, a veces nos cuesta amoldarnos a los imprevistos, como si no estuviésemos preparados para salirnos de nuestro sota-caballo-rey diario cuando, sin avisar, aparece un siete y nos hace un ídem.
Pero, creedme, estamos preparados. Os lo dice un tipo que ha convertido el no arriesgar en un arte, pero que también sabe respirar hondo cuando, de vez en cuando, llama a la puerta un "por qué no". Eso sí, estas ocasionales aventuras (por así llamarlas), igual que la rutina, hay que consumirlas con moderación, ya que, como los dos lados de la misma moneda que son, provocan adicción, y, cuando te quieres dar cuenta, empiezas a pensar que vivir así es lo más natural del mundo y todo el mundo hace igual, y te quedas a cuadros si el amiguete de turno se extraña de tu naturalidad cuando se trata de, ora acomodarte, ora liarte la manta a la cabeza y presentarte en mitad del desierto con una muda y un botellín de agua.
En definitiva: rutina bien, a ratos. Locurillas bien, a ratos. Y para comprobarlo, haced una cosa: trazad un plan... y no lo sigáis.
¡Suerte con la suerte!

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