miércoles, 30 de marzo de 2011

Episodio 89: La revolución mañana

Hola, camaradas:
Estaba (estoy) más o menos decidido a ir abandonando poco a poco el vomitivo panorama político mundial, pero un twitter me ha inducido a realizar otra de mis irreflexivas reflexiones. Lo que más me ha impactado es que el autor no es ningún político (no sigo a ninguno) sino el humorista Félix Álvarez. El twitter dice: "El faisán o la traición del Estado ¿Qué tiene que pasar para que tomemos la calle? Estamos narcotizados...". Y la reflexión es: ¿tomar la calle? ¿para? Los señores del poder tienen muy claro que ellos mandan, y las manifestaciones indignadas les sirven para poco más que para cargar sus revólveres demagógicos y volver a empezar a dispararse unos a otros.

Además, las revoluciones están, digamos, un tanto... idealizadas. La revolución francesa transformó el mundo, sí, modernizó la democracia, trajo la separación de poderes. Pero rodaron cabezas. Claro, que para los demócratas de manual de hoy en día, serían las cabezas de los malos. La revolución cubana no fue más que un quítatetúpaponermeyo que ha roto el corazón a los cubanos lo mismo que cualquier otra dictadura, llámese Franco, Pinochet o como se quiera: miles de exiliados de su patria, presos de conciencia y ejecuciones arbitrarias de "elementos peligrosos". Aunque eso sí, sigue teniendo sus adeptos a ambos lados del charco. Pero bueno, Hitler también. Y de la revolución rusa prefiero no hablar, que me estoy alargando.

En cuanto a la revolución española, ha sido como casi todo lo que ocurre en España, de chiste. Tuvo lugar hace ahora siete años y fue más orquestada que espontánea. Aunque, desde luego, dio sus frutos. Cambió al Gobierno. Uno se pregunta todavía si a los que la instigaron con un trabajo tan intenso incluso en plena jornada de reflexión preelectoral habría que darles las gracias o un par de guantazos por liarla.

Porque el problema es precisamente ese: lanzarse a la calle tiene unas consecuencias que, por ejemplo, en el caso de los países árabes puede ser el nacimiento de regímenes radicales. Sin embargo, a los ciudadanos hartos de una dictadura les puede salir rentable la incertidumbre con tal de librarse de un tirano. Ya se preocuparán después del siguiente gobierno, contando además, con la, se supone, atenta mirada del resto de países (gobierne quien gobierne, en Libia seguirá habiendo petróleo...).

Pero, ¿en España? Por muy chunga que sea nuestra democracia, es democracia, y nadie debería aspirar a derribarla ¿Qué cambio va a haber? ¿Rajoy? ¿Rubalcaba? En el mejor de los casos, nos quedaremos como estamos. En el peor, aquellos que, desde medios de comunicación privilegiados, intentan inflamar a la opinión pública para que se cabree con unos u otros, provocará el nacimiento de una ideología radical como sucediera hace no tanto en Francia, Austria, Holanda o Suecia, y entonces sí que nos podemos dar por jodidos.

Y en el tercer caso, el de Antoñita la Fantástica, el de que aparezca una mente privilegiada que se ponga a currar y comience a solucionar problemas, durará lo que dure la capacidad de reacción de la oposición de turno. Pronto aparecerán de nuevo las voces políticas y periodísticas que hagan todo lo que esté en su poder para desacreditar tal labor, con un conveniente "eso ya lo hicimos nosotros antes", "eso es pan para hoy y hambre para mañana" o "hace cinco años afirmaba lo contrario de lo que hoy está haciendo". Porque para cualquiera de los dos bandos (sí, amigos, en este país, setenta y cinco años después, se vuelve a hablar de bandos como si no hubiera pasado nada) lo que haga o diga el otro vale concretamente una mierda coma cinco.

Así que, mientras no venga alguien con un mínimo de cordura que muestre un poco de sentido y sensibilidad, a la revolución le van a ir dando. Esperaremos a que pase el temporal, todos pasan, y mientras tanto, pan y circo. Y, si puede ser, trabajo remunerado.
You say you want a revolution
Well, you know
We all want to change the world
You tell me that it's evolution
Well, you know
We all want to change the world
But when you talk about destruction
Don't you know that you can count me out
Don't you know it's gonna be all right
Revolution. The Beatles.

jueves, 24 de marzo de 2011

Episodio 88: Bouazizi y el umbral del dolor

Hola, pacientes:
Dicen los médicos que cadea uno de nosotros tenemos un umbral del dolor, que indica cuánto podemos soportar sin sucumbir. Siguiendo esa teoría, el umbral del dolor de los fans de la película A Serbian film es muy alto, y el de algunos juristas, muy bajo. Ángel Sala, director del festival de cine de Sitges, ha sido imputado por un juez por haberla exhibido en su última edición. Es el último ejemplo del escándalo cinematográfico que en su momento protagonizaron La naranja mecánica, El último tango en París, La última tentación de Cristo o La delgada línea roja. Ah, no, perdón, esta última no fue escandalosa, sino simplemente horrorosa.

Parece ser que la cinta, que yo, ejerciendo mi derecho a no escandalizarme, no pienso ver en mi puñetera vida, incluye escenitas tales como la violación de un recién nacido. El director afirma que toda la peli, trufada, según los que la han visto, de gore y sexo bastante explícito y más bien poco amoroso, es una metáfora que pretende exorcizar la memoria de la reciente guerra de la mente de los serbios. Pues vale.

No creo que Sala salga muy perjudicado del caso, sinceramente. Directores de otros festivales, en algunos de los cuales también se ha mostrado la cinta sin que ningún tribunal haya tomado cartas en el asunto, se han puesto inmediatamente de su lado, y se pueden leer en los foros a muchos fans del cine extremo diciendo que tampoco es la cosa para tanto y tal. Lo que me parece preocupante es que a alguien, por muy traumatizado que esté o muy artista que se crea (de mi particular concepción del arte ya hablaremos otro día), se le haya pasado por la cabeza hacer algo así. Y lo que es más, que a alguien pueda llegar a gustarle algo así.

En los 70, la mencionada El último tango... comenzaba con una blasfemia, que el doblaje de la época se encargó de maquillar debidamente, muchos minutos antes de la famosa escena de la mantequilla, la cual, a tenor de sus propias palabras, estigmatizó de por vida a su protagonista, Maria Schneider, recientemente fallecida. Por esa misma época, el final de Chinatown, de Polanski, supuso un auténtico mazazo para la mentalidad de algunos, mientras los espectadores abandonaban los cines donde se proyectaba El exorcista vomitando y  Ruggiero Deodato, director de Holocausto caníbal, tuvo que declarar ante un tribunal que los asesinatos que se ven en ella no son reales en ningún caso. Hoy, todas esas películas nos parecen algo de lo más normalito. Pocos corazones sensibles quedan que se ofendan ante lo que hace treinta años era lo más horrible que se podía ver en el mundo.

Una de las razones por las que el ser humano ha logrado conquistar (y, de rebote, destrozar) el planeta que habita, es su capacidad de adaptación. Ha logrado acostumbrarse a casi todo. A vivir en parajes inhóspitos, helados, desérticos, húmedos, escarpados. A cazar para comer y a comer animales muertos, raíces del suelo y bichos. Simplemente, nos hemos acostumbrado a prácticamente cualquier cosa para lograr sobrevivir.

Y esa es, al mismo tiempo, una de nuestras mayores tragedias. Porque también nos hemos hecho a convivir con la enfermedad, con la miseria y con el odio de nuestros semejantes, con la tortura y el maltrato. Aparentemente, con el transcurrir de los años, ese umbral del dolor común e invisible ha ido elevándose para alejar de nosotros el sufrimiento. Decimos "¡madre mía!" mientras nos enteramos de las desgracias que ocurren en nuestro país y en los demás, pocos días antes de comenzar a hacer comentarios frívolos e incluso chistes al respecto. Hemos aprendido, sin prisa pero sin pausa, que no pasa nada si nos representan y dirigen personas corruptas, si nuestros niños ven en la tele a gente insultándose y aireando su vida sexual tranquilamente mientras meriendan y que en los cines se puede ver un género llamado "terror adolescente", destinado a púberes que disfrutan viendo asesinos en serie descuartizar a sus coetáneos. Pues vale.

¿Qué solución podemos dar a esa paulatina catatonia general antes de que desemboque en la muerte de nuestra sociedad? ¿Seguir así como si tal cosa? Puedo ser llamado retro, carca, pacato, mojigato o simplemente imbécil, pero no creo que vayamos por muy buen camino. Me parece insano y, por mucho que todos nos hagamos los duros y nos lamamos las heridas en privado, dudo que lleve a nada bueno si pensamos en las generaciones futuras. Como diría la difunta Maud Flanders: "Los niños, ¿es que nadie va a pensar en los niños?".

La metodología habitual histórica ha sido la censura de pensamiento, palabra y obra. Hasta hace no tanto lo que el poder tenía por impúdico era condenado a la clandestinidad y severamente castigado al salir a la luz. Véanse la ley seca estadounidense y las colas para ver películas eróticas en Perpignan, por no hablar de la invisibilidad de homosexuales (no, en Irán no hay gays, y en la España franquista tampoco los había, brotaron del suelo después) o madres solteras. Pero, aparte de que soterrar un problema no es acabar con él, si empezamos a censurar cosas tendríamos que comenzar, no por las películas, sino por los telediarios. Y entonces, ¿quién nos informaría? ¿Nuestros siempre imparciales y ecuánimes periodistas? No sirve. 

Lo único medianamente sensato que se me ocurre es la lógica, el sentido común, esa vocecita que trasciende nacionalidades, credos, ideologías y leyes y que nos dice que, simplemente, no debemos hacer algo porque no es bueno. Pero no todo el mundo la escucha, y además, esa vocecita parece tener tendencia a callarse cuando le llenan la boca de dinero. Mecachis, el negocio.

No os preocupéis, no os voy a dejar con el mal sabor de boca de no dar con una puerta a la esperanza. Afortunadamente, y al margen de lo que políticos y publicistas opinen, la gente quiere sobrevivir, pero no es tonta, y de vez en cuando surge del pueblo, así, en abstracto, un impulso para cambiar algo las cosas no originado por intereses partidistas o económicos. El ejemplo perfecto a este espíritu revolucionario que aún permanece escondido en el corazón humano podría ser la transformación que se está produciendo en algunos países árabes. Estos días se nos revuelve el estómago viendo a Gadafi autofelarse ante los medios mientras extermina a su propia población. Qué pena, ahora que llevábamos más de veinte años acostumbrados a él.... Aunque, si recordamos cómo se originó la primera de ellas, la de Túnez, fue cuando un joven de 27 años, Mohamed Bouazizi, se autoinmoló prendiéndose fuego para protestar por la situación...
¿Es ese el próximo escalón en nuestro umbral del dolor? Espero que no.

And we laugh and we drink,
and we teach ourselves not to think.
We never did get it right
since we got it so low.
So low. Ocean colour scene.

jueves, 10 de marzo de 2011

Episodio 87: Hola, Greg. Adiós, Kevin

Hola, nominaos:
La ceremonia de los Oscars de este año ha sido maravillosamente insustancial, lo que unido a que, de las candidatas a Mejor Película, sólo había visto Toy Story 3, ha provocado mi falta de interés para dedicar un episodio de este sainete a tal evento.
Pero como para sacar sustancia de algo lo único que hace falta es querer sacársela, allá vamos con un detalle interesante. Entre los nominados a, ehem, Mejor Mezcla de Sonido (?), estaba Greg P. Russell, un tipo que lleva en la profesión casi cuarenta años y ha sido nominado nada menos que catorce veces a la estatuilla dorada. Ganando un total de... ninguno. Supongo que lleva a sus últimas consecuencias la vieja frase que cada año esgrimen los actores de que lo importante es estar nominado. No he leído ninguna declaración al respecto de Russell, pero imagino que por ahí andará su filosofía.

Del que sí leí algo parecido en su momento fue de Kevin O'Connell, otro ingeniero de sonido (mami, qué será lo que tiene el gremio) que lleva una trayectoria parecida en los premios de Hollywood, sólo que él ha sido nominado veinte veces, con idéntico resultado que el de su colega. Incluso apareció en algún telediario acompañado de su esposa y encantado con sus nominaciones sin dar importancia al hueco que tiene en la vitrina desde hace más de dos décadas. Ya se sabe que a la prensa le encantan los antihéroes (y los no-héroes, por autocitarme, que siempre queda bien) y el sentido del humor del señor O'Connell encaja muy bien con el personaje que los informativos para esas noticias amables que ocupan los últimos minutos tras una hora de asesinatos, desastres naturales y fútbol.

Pero, cosas de la vida, la última candidatura de O'Connell fue hace tres años (por Transformers, ese peliculón), y poco o nada se ha vuelto a oír de él. Paradójico para alguien que trabaja en el mundo del sonido. Es una pena, pero en un mundo ultrarrápido como el nuestro, hasta los antihéroes anecdóticos son olvidados. De Russell, como digo, aún no se ha sabido mucho, pero si el año que viene alcanza su decimoquinta nominación, igual se anima a decir algo en calidad de perdedor de moda, por muy feo que suene el título. No sabemos si será tan comprensivo con la Academia como su compañero, pero de ello pueden depender sus quince minutos de fama si su suerte no cambia.

Se podría pensar que ha habido un relevo generacional o algo así, que O'Connell representa a la vieja escuela y Russell a la nueva. Pero da la casualidad de que ambos han trabajado juntos muchas veces. Es más, da la casualidad de que ambos han estado nominados juntos a una docena de Oscars. Una docena de nominaciones más de las que llevo (y llevaré) yo. Al menos tienen el consuelo de haber participado, y quién sabe si después de la ceremonia se van juntos a pillarse a celebrar su éxito/fracaso. Y lo mismo Kevin le cuenta a Greg cómo contestar preguntas absurdas sin descomponer la sonrisa.
Brindo por ello.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Antonio Machado.