viernes, 4 de febrero de 2011

Episodio 84: Lo de Vigalondo

Hola, graciosos y graciosas:
Hoy tocaba la primera lista de canciones para un buen/mal momento, pero la actualidad me ha hecho aplazarla hasta mañana. Esto es un noticiario serio y tal, y la ida de olla de Nacho Vigalondo requiere de mi innecesaria y no solicitada opinión.

¿Conocéis la leyenda urbana de los dos amigos que empiezan a hacer el tonto dándose empujoncitos y acaban en el hospital tras darse una soberana paliza mutuamente? Pues eso es más o menos lo que ha pasado. Una broma inocente se va de las manos y acaba mal. Vigalondo iba pedo, o al menos de eso avisó, y, probablemente desoyendo algún mensaje directo de algún amigo que le dijo que tuviera cuidao, el director se lanzó a la vorágine.

No era la primera vez. Hace unos meses, se puso a soltar chorradas con la etiqueta de #nomejodasfacts, inundándonos la pantalla a sus 50.000 seguidores de una forma bastante puñetera, porque no podíamos ni leer el resto de tweets. Cuando le pedimos que parase, incluso bajo amenaza de unfollow, se limitó a retwitear nuestros lamentos y a seguir con lo suyo.

En aquel momento no cumplí mi amenaza y continué siguiéndole, pero lo del otro día fue demasiado para mí. Tengo una tolerancia muy baja a la vergüenza ajena, y la forma de hacer el ridículo del señor Vigalondo me pareció... eso, demasiado.

A ver, si un humorista suelta un chiste de mal gusto en mitad de una actuación, sus fans se reirán, comprendiendo que es sólo un chiste sobre un tema espinoso. Chistes macabros ha habido toda la vida, ¿o acaso alguien no se sabe alguno (algunas docenas) de mariquitas, de negros, de muertos, machistas, sobre ETA, sobre el 11-S...? Hay una cierta corriente ideológica que, disfrazada de respeto al prójimo, los ha condenado al ostracismo como si fueran el peor de los pecados contra el mundo. Aproximadamente la misma corriente que prohibe fumar pero no el tabaco. Pero esos chistes siguen existiendo, y, en el fondo de nuestra oscura alma, nos siguen haciendo gracia. A Vigalondo no le han faltado apoyos de amiguetes y colegas, que, después de la que se ha montado en la red, se han volcado a defenderle, como si le hiciese falta... Amiguetes y colegas que entendieron el primer chiste y a los que todo lo que sucedió después, aparenetmente, les da igual.

Volvamos al humorista. Sus no fans, los que no le conocen bien o están ahí por casualidad, no entenderán el chiste. Es probable que se sientan ofendidos y hagan algún comentario despectivo o abucheen al cómico, lo suficientemente alto como para que este lo oiga. Otros, directamente, se irán de la sala. Bien, en esa tesitura, ¿qué hace el cómico?

Desde luego, si lo que quiere es continuar su actuación con éxito, no sigue por el mismo camino. Prueba con otro tipo de chistes, cambia de tema, reconduce el asunto. Desde luego, no suelta otra retahíla de gracietas del mismo calibre y, desde luego, no llama gilipollas a los espectadores que le han increpado. Se ve que al señor le sobran seguidores. Si lo hace, sólo se me ocurre una razón: por supuesto, sus fans, y de rebote, el resto del universo, le dan igual. Y quiere que se hable de él a toda costa. Pues le ha salido bien. Desde el día de autos, ha hinchado su cuenta de seguidores en casi 5.000 personas que supondrán que se dedica a liarla todos los días. Igual tienen que esperar un par de semanas.

¿Soy yo uno de esos espectadores ofendidos que se lían a insultar al humorista u abandonan el local escandalizados? No. ¿Me parece Nacho Vigalondo un antisemita o un revisionista? No. No he abandonado el twitter de Vigalondo por racista, sino por ególatra, arrogante, sobrao y pesado. ¿Por qué?

Porque tras soltar la tontería del holocausto, que no fue más que eso, una tontería, recibió una sonora pita de la afición, y, por qué no admitirlo, también alguna palmadita en la espalda. Y claro, con tanta atención, se envalentonó. Y dejó de ser un humorista más o menos gracioso para convertirse en un tocapelotas. Spielberg, Ana Frank... hasta probó con Kennedy, pero en este mundo, Kennedy ya no le importa a nadie excepto a Oliver Stone, y, desde que se hizo amigo de Fidel Castro, puede que ni a él. Como la vía irlandesa falló, siguió con la judía, que provocaba más. Otra cosa que no aguanto del personal: la provocación. No me van los artistas que necesitan montar el numerito para que les hagan caso, y menos si lo hacen de forma hiriente. Aunque, ¿hay otra forma de provocar? En fin, el autor publicó en su blog un par de días después su versión del asunto. Lamentablemente, se limitó a justificarse. Todo muy correcto, con enlaces a blogs, a webs, con frases sobre la libertad de expresión y todo lo que ya nos sabemos. Pero ni rastro de examen de conciencia.

El pueblo ha reaccionado de muchas formas. Hay muchos que se han saltado la reflexión sobre el asunto y se han lanzado a insultarle directamente como si fuera el mismísimo Hitler. Incluso hay un tipejo/a que, directamente, le ha amenazado públicamente. Está todo en Twitter, yo no me invento nada. Se han oído comentarios sobre el regreso de la censura, sobre la mierda de país en la que vivimos, porque cosas como estas sólo pasan en España, (¿verdad, Ricky Gervais?), y alguno que otro se ha apresurado a apoyarle aludiendo a lo estúpida que es la sociedad en la que vivimos, que no entiende los chistes, en un tono que apesta a sinopiensaslomismoqueyoeresgilipollas. Naturalmente, también hay gente un poco moderada que ha intentado quitarle hierro al tema. A mí, en concreto, me gustaría resumirlo más rápidamente que todo eso: si bastantes personas a la vez te dicen que estás haciendo algo mal... deja de hacerlo. Por muy encantado de conocerte que estés.

Siempre se podrá decir que lo hizo porque se lo pidió el cuerpo, porque le dio la gana y punto, y no para agradar o desagradar a nadie. Pero lo hizo en Twitter, no en su casa ni en su círculo de íntimos, y cuando uno hace algo delante de tanta gente, y gente en su mayoría desconocida, incluso si esa gente le trae sin cuidado, debe tener cuidadín, que las carga el diablo.

¿Y El País? Puede haber sido el gran perjudicado del asunto. Porque, al final, a Nacho Vigalondo todo esto le da exactamente lo mismo. Acaba de terminar peli nueva, así que, ¡venga publicidad! Echándole (bueno, o casi), el periódico ha cometido el error de dejar claro que lo único que le importa es vender. También ha puesto de manifiesto que su supuesto papel de adalid de las libertades y del progreso no es más que palabrería. Oh, sorpresa. La etiqueta #humorelpais circula por Twitter con chistes sin la más mínima gracia (como los que nos ocupan) como crítica al diario. Haciendo caso a análisis superficiales, como en los mejores días de La razón o Público, este ha huido del escándalo como de la peste y ha dejado de publicar el blog del director, el cual, por cierto, en su último post, pedía por fin disculpas. Hubieras empezado por ahí, Nacho...

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