sábado, 20 de marzo de 2010

Episodio 58: Menudo negocio

Hola, estimados clientes:

¿Os he mencionado alguna vez el negocio en estas líneas? Sí, hombre, esa teoría mía de que, en resumidas cuentas, hoy en día, salvo contadísimas ocasiones, todo se hace por y para conseguir dinero... Bien, pues últimamente me he encontrado algún que otro caso, digamos, pintoresco, que merece la pena comentar:

El primero lo podríamos denominar "negocio pillín". Al principio de esta temporada oímos que a Lebron James se le había ocurrido pedir a la NBA que retirase el número 23 de la camiseta de todos los equipos de la competición en honor al gran Michael Jordan, que sin duda se merece un gran homenaje por engrandecer el baloncesto de la manera que lo hizo. Como nadie le hizo mucho caso y el tema se quedó en anécdota, James ha vuelto al ataque anunciando que quiere, él, a título personal, cambiar su dorsal 23 por el 6, en homenaje al grande entre los grandes. Como quiera que ya hemos vivido algún que otro cambio de número, como el de Kobe Bryant, que pasó del 8 al 24, algunos (yo) pensamos que a lo mejor a quien quiere homenajear el señor James es, más que nada, a su cuenta corriente. Malpensados...
Segundo caso: negocio consumado. Este año no he dedicado un episodio a la ceremonia de los Oscars, como hice el pasado, porque me pareció simple y llanamente un petardo. Y tengo la impresión de que, más que por su calidad, que no le falta, En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008), la película ganadora pasará a la historia por arrebatarle tal honor al artista anteriormente autodenominado Rey del mundo. Cada año, los entendidos se cansan de afirmar que los Oscars son los premios de la industria, y bajo esa lógica, Avatar debería haber ganado. Sin embargo, ¿cómo iba a beneficiar un premio a una peli que ya llevaba 700 millones de dólares sólo en Estados Unidos? Desde el punto de vista malpensadamente económico, está mucho mejor dárselo a una película baratita que, sin embargo, en su paso por los cines, no llegó a recuperar el dinero invertido, y así reiniciar su carrera comercial en las salas. Por el contrario, desde el punto de vista cinematográfico, el que más me interesa particularmente, cabría considerar que Avatar es una película meramente técnica y se merecía ni más ni menos que lo que se llevó: efectos visuales, fotografía y dirección artística. Su guión estaba demasiado, ejem, relacionado con otras películas ya vistas (Bailando con lobos, ¡Pocahontas!), y sus interpretaciones son un tanto... uhm... azules... Como anécdota, no ha faltado quien se ha quejado amargamente (otra vez) del conservadurismo de Hollywood al premiar una película de factura tradicional y no atreverse con una obra tan tecnológicamente arriesgada e innovadora.
Y el último caso podría llamarse negocio profundo. No por su importancia, sino porque ha tenido lugar en la España profunda en la que me hallo. Y además, está relacionado con la afortunada ganadora del Oscar a la mejor película, estrenada diez días antes de la ceremonia en los multicines más pequeños de una ciudad ya de por sí pequeña y relegada como curiosidad poco menos que de arte y ensayo a la sala más pequeña. Ahí la vi yo y ahí reposó En tierra hostil hasta que, oh, milagro, media docena de Oscars después, la cinta aterrizó en la sala más grande del complejo, esperando (rogando, me atrevería a decir) que la fanfarria hollywoodiense atrayera a los que no se hubiesen pasado aún a verla o a los que, de no ser por su repentina fama, ni siquiera se habrían planteado hacerlo.
Ay, el negocio...

The best things in life are free
But you can keep 'em for the birds and bees.
Now gimme money (that's what I want)
That's what I want (that's what I want)
That's what I want (that's what I want), oh-yeh,
That's what I want.

The Beatles. Money.

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