Estaba (estoy) más o menos decidido a ir abandonando poco a poco el vomitivo panorama político mundial, pero un twitter me ha inducido a realizar otra de mis irreflexivas reflexiones. Lo que más me ha impactado es que el autor no es ningún político (no sigo a ninguno) sino el humorista Félix Álvarez. El twitter dice: "El faisán o la traición del Estado ¿Qué tiene que pasar para que tomemos la calle? Estamos narcotizados...". Y la reflexión es: ¿tomar la calle? ¿para? Los señores del poder tienen muy claro que ellos mandan, y las manifestaciones indignadas les sirven para poco más que para cargar sus revólveres demagógicos y volver a empezar a dispararse unos a otros.
En cuanto a la revolución española, ha sido como casi todo lo que ocurre en España, de chiste. Tuvo lugar hace ahora siete años y fue más orquestada que espontánea. Aunque, desde luego, dio sus frutos. Cambió al Gobierno. Uno se pregunta todavía si a los que la instigaron con un trabajo tan intenso incluso en plena jornada de reflexión preelectoral habría que darles las gracias o un par de guantazos por liarla.
Porque el problema es precisamente ese: lanzarse a la calle tiene unas consecuencias que, por ejemplo, en el caso de los países árabes puede ser el nacimiento de regímenes radicales. Sin embargo, a los ciudadanos hartos de una dictadura les puede salir rentable la incertidumbre con tal de librarse de un tirano. Ya se preocuparán después del siguiente gobierno, contando además, con la, se supone, atenta mirada del resto de países (gobierne quien gobierne, en Libia seguirá habiendo petróleo...).
Pero, ¿en España? Por muy chunga que sea nuestra democracia, es democracia, y nadie debería aspirar a derribarla ¿Qué cambio va a haber? ¿Rajoy? ¿Rubalcaba? En el mejor de los casos, nos quedaremos como estamos. En el peor, aquellos que, desde medios de comunicación privilegiados, intentan inflamar a la opinión pública para que se cabree con unos u otros, provocará el nacimiento de una ideología radical como sucediera hace no tanto en Francia, Austria, Holanda o Suecia, y entonces sí que nos podemos dar por jodidos.
Y en el tercer caso, el de Antoñita la Fantástica, el de que aparezca una mente privilegiada que se ponga a currar y comience a solucionar problemas, durará lo que dure la capacidad de reacción de la oposición de turno. Pronto aparecerán de nuevo las voces políticas y periodísticas que hagan todo lo que esté en su poder para desacreditar tal labor, con un conveniente "eso ya lo hicimos nosotros antes", "eso es pan para hoy y hambre para mañana" o "hace cinco años afirmaba lo contrario de lo que hoy está haciendo". Porque para cualquiera de los dos bandos (sí, amigos, en este país, setenta y cinco años después, se vuelve a hablar de bandos como si no hubiera pasado nada) lo que haga o diga el otro vale concretamente una mierda coma cinco.
Así que, mientras no venga alguien con un mínimo de cordura que muestre un poco de sentido y sensibilidad, a la revolución le van a ir dando. Esperaremos a que pase el temporal, todos pasan, y mientras tanto, pan y circo. Y, si puede ser, trabajo remunerado.
You say you want a revolution
Well, you know
We all want to change the world
You tell me that it's evolution
Well, you know
We all want to change the world
But when you talk about destruction
Don't you know that you can count me out
Don't you know it's gonna be all right
Revolution. The Beatles.
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