En este informativo ya hemos hablado vosotros y yo (vale, yo más) de los mitos que nosotros, el público, nos formajos en la cabeza y también de la fama entendida como estrellato, con todo lo que ello conlleva. Así pues, sólo nos queda un aspecto a tratar sobre la popularidad: la fama de usar y tirar, la de aquellos que brillan por la razón que sea, muchas veces una razón más bien fatua, y luego se apagan, ora de forma plácida, ora de manera patética y lamentable.
En la época en la que vivimos, la velocidad, la inmediatez, la novedad constante se han convertido en nuestro principal alimento. Y si eso vale para las noticias, digamos, serias, que copan minutos en los telediarios hoy para olvidarse mañana sin solución de continuidad, qué no ocurrirá con las simples personas que habitamos el planeta. Han sido los propios medios de comunicación los que han creado el concepto de "fenómeno mediático", y, tras una temporada de pasmo, hoy podemos decir con tranquilidad que cuando se usa ese término estamos hablando de algo/alguien que no va a llegar muy lejos.
Desde los tiempos de la civilización egipcia a la era dorada de Hollywood, ha habido personas que se han convertido en leyenda por hechos reales o ficticios, de los que se ha hablado y de los que siempre se hablará pase lo que pase. Porque son leyendas, simplemente. Han hecho algo para serlo, y se les puede amar u odiar, pero, desde luego, siempre serán recordados. Sin embargo, hoy en día, adquirir la categoría de leyenda parece ser una vocación como la de ser futbolista, médico o millonario. Algunas personas viven para salir en las pantallas, para aparecer, para aparentar, como fin último. Es más, se está vendiendo que esa es una forma muy lucrativa de vivir, por lo que la aparición de nuevas "vocaciones" es constante. Y como, de hecho, sí que es algo muy lucrativo, al menos durante un rato, no falta quien se apunte a llenar páginas y minutos con absolutamente nada. Como mucho, en ocasiones con un cuerpo bonito (que no digo yo que esté mal). Otras, ni eso.
El fenómeno mediático ya resultaba bastante agotador cuando se encontraba hasta en la sopa en revistas, periódicos y televisión, pero ahora el asunto parece haberse agravado con el apogeo de internet (que bien podría ser un fenómeno mediático en sí mismo, por cierto). Todo el mundo puede hablar, opinar e inventarse cualquier bulo sobre cualquiera, y cuando "cualquiera" es alguien que se ha hecho famoso sin merecerlo especialmente, estamos hablando, sí, amigos, otra vez, del negocio. El caso es que hablen de uno, aunque sea bien, como dijo Salvador Dalí, u Oscar Wilde, dependiendo de la fuente (vamos, del libro de frases célebres donde se mire). Dos personajes a los que, sin duda, les habría encantado aparecer en Sálvame o en Quore, aunque, la verdad, demostraron tener bastante más arte que no me hagáis nombrar quién. Mientras se genere dinero, vale todo.
Los últimos ejemplos, el muy talentoso periodista Salvador Sostres, famoso por cabrear a cualquiera que tenga la más mínima sensibilidad humana al denostar la memoria de los muertos (José Antonio Labordeta), descalificar gratuitamente tierras que no son la suya (Asturias) o mancillar la pureza de las adolescentes (nosequé del ácido úrico, soltó en la tele cuando pensaba que no le oía nadie). La última, ponerse comprensivo con un tipo que mató a su mujer, como si en este país faltase gente que comprende mejor a los agresores que a las víctimas. Su figura vale tanto hoy en día como la de ese nuevo ídolo de masas, Rebeca Black, que con su exitazo "Friday" ha conseguido que los mismos que aman a Justin Bieber (el niño con libro de memorias a la venta) la odien a muerte. Perdón, la odien a Twitter. Y la chica tiene su mérito. Una letra que dice "hoy es viernes, mañana es sábado y pasado, domingo" merece ser escuchada y hasta coreada, maldita sea.
Estos, como veis, son casos ilustres, porque estamos, en general, hablando de gente que se jacta de ser hijo/a de nosequién, haberse acostado con nosecuál o acusar a fulanito de yoquesequé con o sin pruebas, preferentemente sin. Carne de olvido, sin duda. Pero, de manera alarmante, y gracias al puto negocio, algunas de estas estrellas de pacotilla se están resistiendo a implosionar, y, en cuanto nos queremos dar cuenta, resulta que ya llevan varios años danlo la brasa de manera casi diaria en los bajos fondos del cotilleo. Ahora salen en películas, escriben libros y se hacen documentales sobre su persona. Y no parece que tengan intención de dejarse morir con dignidad. Naturalmente, y aunque parezca que no, no dejan de ser una moda, y, como todas las modas, buenas y malas, pasarán. Pero mientras, están haciendo daño. Porque aparte de empobrecer el nivel cultural del país, y del mundo (que no de El Mundo, ¿eh, señor Pedro J.? ) en general, hacen creer que lo que hacen es digno, bueno, y que son un ejemplo a seguir. Puf. Me voya a ahorrar el discurso moral sobre el futuro de nuestra juventud, con vuestro permiso.
Esto viene únicamente porque hoy he visto en la calle un cartel en la calle que anuncia que en mi pequeña y hermosa ciudad vamos a tener la suerte de contar, en una conocida discoteca, con... ¡Rafa Mora y Paquirrín! Y eso no es todo: habrá gogós, animación... y ¡firmarán autógrafos! ¿No es genial? No, no es genial. Así que, en vez de meterme en la cama a llorar o liarme a tiros en un supermercado como haría un estadounidense cualquiera, he decidido aplacar mi ira dándoos un poco el coñazo. Sorry.
Y ahora, como Youtube no me deja insertar este vídeo tan chulo, y en el fondo sois, como yo, un poco frikis, pinchad en el enlace. O copiadlo. O llamad a DEC diciendo que estáis embarazados de la momia de Tutankamon y queréis contarlo todo a cambio de 10000 euretes.
Gracias. Un abrazo.
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