viernes, 3 de septiembre de 2010

Episodio 74: Fracaaaaaaaaaaaso absoluuuuuuuuutooooooooooo!

Hola, agentes:
Absoluto, absoluto, tampoco. Pero vamos, aquí os traigo otro de mis relatitos que no han triunfado en un concurso literario. En este caso, el que organizó la semana pasada Orbyt, diario digital de El Mundo, con motivo del estreno de la película Salt. La de Angelina, esa misma. Pedían un relato de espías de un par de páginas a cambio de un viaje a Rusia de una semanita. Y no, no gané, pero aquí os lo dejo para deleite y sorpresa de vosotros, queridísimos lectores.

Yo sabía que siendo viernes 13 no podían darme una misión fácil. Ninguna lo es, pero esta resultaba especialmente desagradable.
-No hay ninguna imagen de ella. Sólo sabemos, por fuentes anónimas, que es rusa, utiliza el nombre de Lyna Veselt, aunque lógicamente no puede ser su nombre real, y está preparando algo gordo, no sabemos, qué, en suelo estadounidense. Pero conocemos a alguien que la ha visto en persona.
Vaya, menudo error de principiante en una agente doble.
-Está escondido en un hotel de San Petersburgo. Deberá reunirse con él, lograr toda la información posible para hallar a Veslet, y capturarla antes de que mate a alguien. O algo peor.
-¿Por qué yo? ¿Por qué no mandan un grupo a eliminarla?
-No podemos hacer ruido. Si se enteran de que hemos ido a Rusia a eliminar a una espía podríamos volver a los tiempos de la guerra fría. Y eso no nos interesa. A usted se le dan bien las misiones silenciosas. Además, agente Salt, usted es mujer, y las mujeres se entienden bien entre sí…
Eso es lo que mis jefes entienden por sentido del humor. Ja.Ja.Ja.
Su objetivo es traérnosla, viva o muerta, lo antes posible, así como poner a salvo al confidente. Aquí tiene su billete. ¿Alguna pregunta más?
-No, sólo un minuto para pasar por la armería y el laboratorio.
Y en un minuto estuve lista.

Un viaje tan largo en clase turista no es especialmente cómodo, pero me prometí que el viaje de vuelta lo haría en primera.
San Petersburgo es una bonita ciudad, pero en las noches de enero hace un frío de muerte. Menos mal que iba bien protegida con mi chapka y un abrigo de zorro que me cubría hasta los pies, enfundados en unas buenas botas de piel a juego con mis guantes. Apenas se dejaba ver un centímetro de piel, y así me sentía segura.
Tal como me temía, le estaban vigilando. Un tipo poco discreto en un Mercedes. A lo mejor era de los nuestros, pero no podía arriesgarme. Un policía también merodeaba por allí, pero eso no me importaba demasiado. Crucé la calle corriendo y me metí en el coche.
-Hola, cariño.
Ningún hombre se resiste a que le llamen cariño. Sobre todo si después te pegas a él y le das un dulce beso en los labios. Y más aún si mientras tanto le hundes un bisturí de diez centímetros entre las costillas. Ni siquiera pudo parpadear. Tranquilamente, salí del Mercedes y caminé hasta el hotel. El personal era realmente atento, y más cuando les deslizaba un hermoso billete de cien dólares bajo la mano.

A la hora prevista llamé a la puerta de la habitación 517. Oí jaleo. El confidente parecía estar acompañado y por un instante temí que fuese un inconveniente. No quería llegar tarde a la cita que había concertado desde el aeropuerto con una señorita de melodiosa voz llamada Irina. Abrió él mismo. Insensato. Se quedó literalmente helado al verme. Y eso que dentro de la habitación la temperatura parecía muy elevada. En cuanto apoyé el silenciador de mi pistola contra su pecho, empezó a gimotear. Cerré la puerta y salió su “acompañante”. Una figura escultural, ya lo creo. Nuestro amigo tenía buen gusto para elegir prostitutas. Tuve que reaccionar deprisa o habría empezado a chillar como un conejo. Le disparé en la cara. No creo que puedan reconocerla. Ya tenía un hermoso cadáver ruso. Sin querer, había salvado la vida a la pobre Irina.

El confidente se arrodilló y empezó a suplicar de forma bastante impropia para un agente. Me dio un poco de vergüenza, la verdad. Decidí acabar con su sufrimiento rápidamente. Después, un par de inyecciones para falsear la hora de la muerte cuando llegase el forense, y listo. De las manchas de sangre en el abrigo se encargó la chimenea. Recogí el portafolios, repleto de documentos, de la caja fuerte y salí del hotel sonriendo al ascensorista, que me desnudaba con los ojos. Créeme, cielo, no te convengo.

Me dio pena tener que matar a Lyna Veselt, pero no cabe duda de que había fallado dejándose ver. Mientras me sentaba en el avión que ahora mismo me lleva en primera clase rumbo a París, me pregunté por primera vez qué harán mis jefes si se enteran de que me mandaron a buscarme a mí misma. Pronto empezarán a ponerse nerviosos al ver que no aparezco. Ya pensaré en ello.
-Bonjour, mademoiselle, ¿una copa de champán?


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje su mensaje después de la señal: