lunes, 30 de noviembre de 2009

Episodio 50: El siglo de la semana

Hola, jóvenes y jóvenas:
Viendo que estamos a 30 de noviembre y llevo una cantidad francamente vergonzosa de entradas este mes, me he animado a producir un episodio especial para salvar un poco las apariencias. Ya veis, amig@s, la sinceridad es contraproducente, te hace quedar mal.
El caso es que, como tod@s sabréis, a no ser que hayáis pasado la última semana en un iglú en Laponia, ayer se jugó el Barça-Madrid, y por un partido que dura un par de horas, los medios se han tirado una semana dando la barrila sin parar sobre el "clásico". Y nos esperaría otra semana similar si no hubiera sucedido algo que ensombrece los análisis y las consecuencias de tamaño evento, como el horroroso caso de la niña de Tenerife. De este caso se hablará mucho esta semana, con detalles de todo tipo sobre víctima, familia, culplable que no lo es, etc. Después, vaticino sin esforzarme demasiado, se irá olvidando.
Todo pasa y todo queda, decía Serrat. Los cementerios están llenos de gente que se creía impmrescindible, decía una amiga el otro día. Nada es eterno, nada parece importar. Esto es así. El partido del siglo lo es durante una semana, como lo fueron todos los anteriores, y como lo fueron las bodas del siglo y los acontecimientos del siglo, que incluyen guerras, asesinatos y todo tipo de barbaries. Las noticias se desgastan más deprisa que la tiza en un colegio, los periodistas las preparan en menos tiempo del que tarda en imprimirse un folio y los ciudadanos las consumimos con mayor voracidad que una hamburguesa en un local de comida rápida.
Y así, claro, las hamburguesas pierden el sabor, las impresiones pierden calidad y las noticias pierden importancia. Da igual quién ha muerto, quién ha matado, quién es feliz, quién ha ganado o perdido, porque todo eso ya ha pasado, y sólo importa lo que vendrá después. Y todo eso mientras, desde los propios medios, todas esas personas que se encuentran en el candelabro momentáneo subrayan que lo importante es vivir el momento, respuesta muy común entre los famosetes a la pregunta de por qué tienen el cutis tan terso.
Puede que sea una más de mis películas mentales, pero no me gusta la sensación de que todo tiene una fecha de caducidad tan corta. Que el tiempo pasa deprisa, sobre todo cuando uno se divierte, ya lo sabíamos, pero eso no obliga a quemar los puentes a nuestra espalda tan rápido como lo hacemos en la sociedad actual. Tampoco es que sea partidario de abandonar las ciudades y volver a vivir de la tierra así en masa, pero me parece que debemos encontrar nuestro ritmo, y que aquellas instituciones que gobiernan nuestras vidas, y, no nos engañemos, los medios de comunicación son una de ellas, deben contribuir en lugar de hacérnoslo más difícil. A no ser que les dé igual quedarse un día sin clientes. Y puede que ese sea el problema.
¿Qué optimista, no? Pues no os preocupéis, porque ya pasó.
These days - the stars ain't out of reach,
These days - there ain't a ladder on the streets,
These days - are fast, nothing lasts
There ain't no time to waste
There ain't anybody left to take the blame,
There ain't anybody left but us these days.
Bon Jovi. These days.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Episodio 49: Abre la boca y cierra los ojos

Hola, gourmets y sibaritas:


Habitualmente soy bastante timorato y reservado, y me gusta más encerrarme en mi concha y seguir mis rutinas varias que lanzarme a aventuras de cualquier tipo. Pero claro, uno tiene sangre en las venas y, aunque no sea de forma regular, de vez en cuando también me meto en el barro hasta las ingles. Aunque también es cierto que algunas de esas veces lo hago más por el "que no se diga" que por pura convicción. Digamos que mi espíritu de Indiana Jones es escaso. Lo paso mal escuchando un disco nuevo con el puro deseo de que cada una de las canciones me guste hasta el extremo. En temas cinematográficos, la experiencia me ha afilado un tanto el morro, y me he vuelto un tanto selectivo y exigente, sobre todo si me toca pagar. De cuando conozco a alguien prefiero ni hablar.

Sin embargo, como toda regla tiene su excepción, hay algo en lo que me encanta meterme de lleno: la comida. Siempre me he considerado bastante echao p'alante a la hora de probar cosas nuevas cuando voy a un restaurante. No me resultó nada difícil probar el sushi, a pesar de que "soy de carne", por decir suavemente que el pescado me gusta más bien poco. Tengo mis manías, pero el comer es uno de los campos de la vida en los que tengo menos problemas.

La afición a comer se complementa además con lo que yo llamo "cocina teórica". Meto la nariz en todos los libros de cocina que puedo, y disfruto como un enano con los programas de recetas (lo último que he descubierto, los programas de Iron Chef por capítulos en Youtube). Aún no soy un cocinero avezado ni muchísimo menos, pero también me gusta aplicar a lo que me hago cosas que he visto o leído sin siquiera haberlas probado previamente. Los resultados, dispares, claro. Si pudiese, me iría a vivir a un supermercado, pero como, después de andar perdido entre sus pasillos durante un buen rato, siempre toca volver a casa, me gusta hacerlo con alguna cosa que me ha llenado el ojo. Mi familia suele usarme de conejillo de Indias gastronómico: "prueba esto a ver qué te parece...". La última prueba doméstica ha sido el sharoni, fruta de la familia del kaki, que pasó la prueba sin volverme loco.

Volviendo al tema de ir a restaurantes, uno de mis hobbies favoritos y que menos practico, para mí supone toda una emoción, y coger la carta y elegir plato es para mí todo un ritual. En realidad, algunas veces me irrita la ligereza con la que la gente elige su comida, mientras a mí me gusta darle vueltas al menú y pensar que tomaría uno de cada. Intuiréis que no soy un comensal exigente en demasía, pero tampoco un tragaldabas que se come todo lo que le echan como si tuviera una escudilla bajo la cara. Intento disfrutar del momento, aunque soy incapaz de comer despacio, lo confieso.

En fin, podría escribir líneas y líneas sobre cocina, cocineros y daros unas cuantas recetas, pero todo esto en realidad viene a ser poco más que una frivolité, una nota autobiográfica de la que, como mucho, podéis concluir que os animo a probar cosas nuevas sin mieditos ni prejuicios. Ahí lo dejo.
¡A comer!

Where To, where do I go?
If you never try, then you'll never know.
How long do I have to climb,
Up on the side of this mountain of mine?

Speed of sound. Coldplay.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Episodio 48: Nuevo refrito

Hola, niñas y niños:


Aprovechando que se cumplen cuarenta años del nacimiento de Barrio Sésamo y que al mismo tiempo no se me ocurre nada mínimamente interesante para actualizar este serial, voy a volver a recurrir al autoplagio poniendo un texto que escribí el año pasado, a ver si no ahuyento a los cuatro lectores que tengo por aburrimiento. Espero que os guste.

Mi tortuga se llama Batista

El desconcertante título de este artículo corresponde a la declaración de un niño de seis años. Para quien no lo sepa, Batista es un “animal” de casi dos metros y 150 kilos que se dedica profesionalmente a repartir mamporros en un ring de lucha libre. Otro apunte: “En el colegio nos han mandado que mañana llevemos nuestro juguete favorito a clase, pero como son deberes, no pienso hacerlo”. Esta perla es pronunciada por Bart Simpson en uno de los episodios de la serie que llega a todos los hogares españoles a diario en horario de sobremesa. Y si a alguien no le gusta, también puede elegir la versión corregida y aumentada, “Padre de familia”; su equivalente japonesa “Shin-chan”; y, los fines de semana, “Pressing Catch”, el programa de lucha americana y hogar del mencionado animal. Desde mi experiencia docente de diez años puedo afirmar que estos son algunos de los programas favoritos de los niños de hoy en día en nuestro país, y también puedo afirmar que semejantes ejemplos no ayudan en absoluto a su educación.

El atractivo de estas series es similar: se transgreden todo tipo de normas, se hace caso omiso a cualquier tipo de autoridad (los padres, el director del colegio, el jefe, la policía…) y se hacen referencias explícitas a temas inasequibles a una edad tan tierna como el sexo o las drogas. El vocabulario y los razonamientos de Stewie Griffin, el ¡bebé! del clan de “Padre de familia” son todo un catálogo de subversión, incluyendo el odio cerval a su madre y sus ansias de dominar el mundo. “Pressing Catch”, por su parte, cuenta con delirantes argumentos donde los problemas personales se resuelven a puñetazo limpio. Los actos de los personajes no tienen consecuencias, cuando se acaba el programa, se acaba el problema, y casi siempre salen mejor parados “los buenos”. No pasa nada. Tampoco se trata de que, por verlas, las futuras generaciones vayan a convertirse en asesinos en serie, pero los chavales necesitan un espejo en el que mirarse. Y cómo vamos a comparar una buena gamberrada de un niño amarillo a una lección de matemáticas de un tipo serio y con gafas…

Pero claro, todo es muy divertido. De poco sirve que los niños sean perfectamente conscientes de que sólo se trata de dibujos animados o que las peleas son falsas. Son demasiado jóvenes para asimilar el verdadero trasfondo sarcástico, crítico o simplemente humorístico de tales guiones, pero no para absorberlos como esponjas y reproducirlos en el momento más insospechado, y sería acaso inútil explicarles que dichos programas son para adultos y que en sus países de origen se emiten en horario nocturno, porque aquí no es el caso y a ellos les gustan.

¿Por qué sucede esto? ¿Nadie se da cuenta? Desde las cadenas de televisión se alude al espíritu de sano entretenimiento y al ya mencionado “sólo son dibujos animados”, y los padres, por su parte, esgrimen el argumento de que no pueden controlar todo lo que ven sus hijos porque están fuera trabajando. Mientras, los niños siguen aprendiendo. Al menos, en “Los Simpson” se dicen “te quiero” de vez en cuando…
¡Hala, ahora a hacer los deberes!
We don't need no education
We dont need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers leave them kids alone
Hey! Teachers! Leave them kids alone!

Another brick in the wall. Pink Floyd.